Alberto Crescenti
Por Damián Giovino (@DamianGiovino)
Es una de las personas más admirables, ejemplares y jerárquicas de la sociedad, pero se conforma con que lo reconozcan como un buen tipo. Desempeña un cargo de sideral responsabilidad y presiones, siendo la cabeza de uno de los sistemas de atención médica más eficaces del mundo. Hace décadas entrega su vida al servicio del prójimo. Humanizamos a Alberto Crescenti, Titular del SAME, hombre de honor.
“Los niños tienen una insólita capacidad de hermosura, en lo simple; pero después los adultos nos ocupamos de convertirlos en nosotros, y les arruinamos la vida, les achicamos el alma”, esgrimió alguna vez el gran Eduardo Galeano. Todo chico posee una genuina pureza y luz, y a través de esos matices muchas veces de temprana edad descubre su vocación, pasión o talento; de forma lúdica, por pura inquietud. Por eso, es vital que los grandes que lo rodean sepan identificar esas señales que el niño muestra y generen estímulos en dicha dirección. El clarísimo ejemplo es el de Alberto. Su primer contacto, y crucial, con la medicina fue a muy temprana edad, como un juego, en el consultorio del obstetra, su tío Ernesto, donde pasaba tiempo entretenido con estetoscopios y balanzas, proyectando ser médico.
– ¿Es importante acompañar a los chicos a que ellos mismos desarrollen y descubran su propio camino, sin interferir con condicionamientos?
-Sí, sí. Es la línea que adopté con mis hijos (ninguno de los dos es médico). Bajo ningún punto de vista hay que inducir al chico a algo, sino que tenga la libertad de la elección. Luego, todo lo que se pueda hacer o a dónde se pueda llegar, es con trabajo. No hay ideas preconcebidas ni mágicas. Algunas personas tienen ese don de arriba, el privilegio, de ir a trabajar con alegría, porque sienten que tienen un fin. En mi caso particular, desde chico sentí el fin de ayudar a la gente. Pero si vos una mañana no te levantaste en sintonía para ir a trabajar, tapate con una frazada y se acabó el problema. La labor que yo ejerzo no es para cualquiera, no cualquiera está preparado para ver lo que ve mi equipo y yo. A nadie le gusta ver lo que nosotros vemos. Por eso muchas veces no entendemos como, si vamos a darle una mano a un semejante sin pedirle nada a cambio, nos agreden… es inentendible.
En charla con ´Humanizados´ Juan Carlos Moriconi, Jefe de Bomberos de la Ciudad de Buenos Aires, nos contó: “Me gusta ayudar al otro, estar al servicio. La vocación de dedicar la vida al prójimo ya viene innata con uno. Si no hubiese sido bombero, habría sido veterinario, guardarpaques o algo vinculado a estar al servicio y cuidado del prójimo, el medio ambiente, los animales”.
-¿Descubriste a través de la medicina el gusto por ayudar al otro, o en la medicina encontraste donde canalizar tu filantropía?
-Lo segundo. Si no hubiera sido médico, hubiese sido guardavidas o bombero. Siempre me di cuenta y sentí que estaba en una posición de ayudar al semejante. Es algo que te nace y uno se entrega. Llevo 42 años de médico y 22 a cargo del SAME. Tranquilamente podría quedarme en mi oficina y que el resto del equipo haga el trabajo en las calles, sin embargo, sigo yendo y haciéndome presente ante diversos llamados al 107. Hay que estar en la primera línea, por más que pongamos en riesgo nuestras vidas, que hagamos sufrir a nuestras familias, que la pasemos mal. Tenemos la capacidad. Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo va a hacer?
A los diez años su padre falleció como consecuencia de una insuficiencia renal. Tenía apenas 47 años y padecía hipertensión arterial. Al poco tiempo murió su tío Ernesto, quien le había despertado la pasión por la medicina.
–Esos crudos encuentros tan próximos con la muerte siendo chico, ¿crees que te preparó, en parte, la personalidad para lo que iba a venir después en tu vida: estar todos los días lidiando de cerca con la muerte de terceros y propia?
-Creo que sí, que me forjó. Toda la educación parte desde tu casa, y la escuela te complementa. La educación que te dan tus padres es la fundamental, cuando te enseñan la capacidad del trabajo, la honestidad, el ser buena persona. Hoy hay mucha violencia en la calle. La gente no ha llegado a entender todavía que somos muy frágiles, que un mal golpe te puede matar o dejarte con incapacidades de por vida. Hoy un ser humano mata a otro, como un pobre animal mata a otro para comer. Lo que estamos viviendo, lo que vemos en el día a día, es inconcebible. Hoy la vida de un ser humano no vale nada, da lo mismo. A nosotros nos pone en una situación de mucho estrés y adrenalina, porque le queremos salvar la vida a alguien ante un hecho injusto.
Tener a la muerte siempre tan cercana, por tu profesión, y ver lo finito que somos los humanos, ¿te hace valorar más la vida y disfrutar de las pequeñas cosas?
-Totalmente. Hemos salvado mucha gente, mucha no pudimos salvarla, hemos visto muchas cosas. Yo apoyo la cabeza en la almohada a la noche y duermo tranquilo. No tengo deudas. Hay gente que me putea en la calle porque piensa que “soy de…” No soy de nadie. Me formé como médico de emergencias, no soy de nadie. Cuando apedrean una ambulancia, no lo puedo entender. No se dan cuenta que esa ambulancia es de todos porque pagamos los impuestos mes a mes. No comprendo a una sociedad que no puede darse cuenta de eso, del valor que tiene. Porque, te puedo asegurar, hay lugares en donde no te va a levantar ninguna ambulancia. A mí no me des lo básico, a mí dame lo mejor. Yo cuando pido, pido lo mejor, porque eso es para el ciudadano. Puedo caminar tranquilo por la calle. La salud, la seguridad, la educación, deben ser políticas de estado. Mi formación primaria, secundaria y universitaria, fueron lo máximo, por eso ahora le estoy devolviendo a la sociedad los gastos de mi formación.
Una vez dijiste que vinculás a la muerte con el no escuchar el cantar de los pájaros a la mañana, ni ver un amanecer ni ver la luna. ¿Qué tan importante es conectar con la naturaleza?
-La naturaleza es lo básico de la vida, lo más lindo. Hay que disfrutar de lo que tenemos. Argentina es un país maravilloso, que hay que aprovechar.
Alberto se muestra en público genuino, tal como es, no esconde sus sentimientos. Regido por su altísimo rango jerárquico, podría encarnar un personaje omnipotente, sin embargo, se muestra vulnerable cuando las emociones lo atraviesan. Se ha quebrado y llorado delante de cámaras ante diferentes sucesos trágicos en los que le tocó intervenir.
-Sos ni más ni menos un ser humano, de carne y hueso…
-Exacto. Es muy difícil ver y presenciar ciertas imágenes. Como la de los cinco chicos que murieron por sobredosis en la fiesta electrónica Time Wrap en Costa Salguero. A veces parte de la sociedad te castiga diciendo: “mirá, es blando, llora delante de una cámara, está actuando, le gustan los medios”. Yo tengo que salir en los medios porque tengo que informar, a través de ellos, lo que sucedió y sucede en un hecho para que la gente no se acerque al lugar, o informar y tranquilizar a los familiares y amigos de las personas implicadas. Necesito de ellos, como ellos de mí. Si algunos no entienden eso, tienen que volver a la escuela primaria.
-¿Cómo fue la crianza de tus hijos sabiendo que tu trabajo les hacía compartir muy poco tiempo con vos? ¿Lo entendieron o lo reclamaron?
-Ellos han sufrido. No tienen ganas de verme cuando salgo en televisión. Mi esposa y mis hijos hacen un sacrificio enorme. Las guardias te hacen pasar mucho tiempo fuera de tu casa. En los atentados de la Embajada de Israel y AMIA, estuve 20 días sin volver a mi casa, yendo nada más que dos minutos para pegarme un baño y cambiarme de ropa. No pretendo que por esto la gente me adore, solo pido respeto. Al médico hay que respetarlo, pero no tiene que ser soberbio.
La mujer de Alberto es psicóloga, y la consulta obvia que en cualquier entrevista se le hace es: “¿te analizás? ¿Cómo hacés para llevar tanta carga?”.
–¿No te cansa tener que responder siempre esa pregunta? Porque hay cosas que no se pueden explicar, que están muy dentro de uno, en la introspección, en los momentos de soledad…
-Es así, hay cosas que están más allá, que son muy íntimas de cada uno, y que no se pueden explicar. Hay que respetarlas. En mi casa por suerte lo entienden. No me psicoanalizo. En mi cabeza tengo una unidad sellada.
-En una profesión donde las 24h estás chocando con la cruda realidad, ¿qué tan importante es el arte como una vía de escape? Una buena película, buena música, un buen libro…
-Muy importante. Me gusta mucho la pintura, me encantan los cuadros de Florencio Molina Campos. Me encanta la música: Rod Stewart, Peter Garrett, Genesis, Bee Gees, Simply Red. Soy fanático de Sherlock Holmes.
“Mi cerebro es solo un receptor, en el universo hay un núcleo del cual obtenemos conocimiento, fuerza e inspiración. El instinto trasciende el conocimiento. Hay que conectar con la fuente”, afirmó alguna vez Nikola Tesla, el más grande genio de la historia de la humanidad. Siguiendo en esta línea, Crescenti supo decir alguna vez: “hay cosas que vos las sentís. Hay algo en mí, no me preguntes qué porque ni yo lo sé, pero, a veces, los muchachos me preguntan cómo puede ser que yo tenga este olfato. Es como que algo me baja y me ilumina en el momento de saber qué puede pasar. Y rara vez me equivoco”.
-¿Son cosas que no tienen explicación, que solo se sienten y experimentan?
-No tienen explicación. En las reuniones posteriores a una intervención, se pone de manifiesto que era así como lo había dicho, que era por ese lado. Vos podés tener muchos libros y teoría, pero en el escenario de la práctica la cosa cambia. Una decisión le salva o no la vida a una persona. Yo estoy en una platea y el escenario es muy amplio. Es decir, cuando llegás a un lugar para intervenir tenés que saber mirar y observar en poco muy tiempo para decidir por dónde entra la ambulancia, por dónde sale, dónde ubicarla, dónde trabajar los bomberos, cómo cierra el perímetro la policía. Todo eso tiene que estar en tu cabeza antes que llegués al lugar.
-Argentina es un país repleto de injusticias en el día a día. ¿Cómo hacés para convivir con eso constantemente, exponiéndote tanto, y seguir firme?
-El día que sienta que eso que marcás, me superó, me tapo con la frazada y no me levanto. Ese día, en que sienta muy marcadamente que todo sigue igual y que nada cambia, me retiraré. Es muy difícil ver constantemente que hay cosas que pasan en nuestro país que no tienen sentido.
Pocas personas dentro de una sociedad tienen más empatía y sensibilidad hacia el prójimo, y piensan más en el otro que en un médico o bombero, entregando su vida al servicio de los demás. Pero a la vez, son oficios en donde hay que tener mucha frialdad, carácter, ser muy fuerte de personalidad para no desistir ante una tragedia, manteniéndose entero mental y espiritualmente.
-¿Cómo se logra ese equilibrio?
-Hay que poner los ojos como el tiburón: frío. En el momento de intervenir, hay que actuar así, después en tu casa llorarás, gritarás, pataleás. Lo que vemos nosotros, no lo ve nadie. No le deseo a nadie tener que entrar, por ejemplo, a un vagón de la tragedia del tren de Once.
-En una profesión de tanta carga emocional, estrés, presiones; ¿es importante tener un poco de humor negro como liberación de tensiones?
-Totalmente. Con los integrantes del equipo muchas veces venimos escuchando música, distendiendo. Si vos no podés desconectar, es muy difícil que puedas conectar. Hay momentos en que nos tenemos que reír porque es una descarga emocional. No te podés vincular demasiado con este trabajo, porque si no es imposible vivir.
-En las escuelas se enseñan cosas que no sirven de mucho para la vida cotidiana y que están en internet, pero no se enseñan cosas como técnicas de primeros auxilios, meditación, yoga… que salvan vidas y mejora la calidad de una sociedad física y espiritualmente…
–Nosotros vamos a escuelas con los equipos de prevención comunitarios para dar clases de iniciación de primeros auxilios y masajes cardíacos externo. Hay que enseñar educación vial, higiene, protección del medio ambiente. ¿Por qué cuando vamos afuera no tiramos papeles en la calle y acá sí? Son cosas que tenemos que cambiar, es una cuestión de educación.
El 24 de marzo de 1979, Alberto se recibió de médico en la UBA. Al poco tiempo empezó con tareas de emergentología, algo que lo apasionó desde un comienzo, al punto de soñar diciendo: “a mí me gustaría ser director de Emergencias de la Ciudad”.
-En la vorágine de tu labor, ¿tenés tiempo para parar y darte cuenta todo lo que has construido en tu vida y lo que significás para la vida de los demás?
-Es más normal de lo que la gente piensa. El poder que te da un cargo jerárquico lo tenés que gestionar en pos de la gente. Mi gestión es buena si le llega a la gente. Uno recibe reconocimientos que nunca hubiese esperado, en Argentina y diferentes partes del mundo, y te conmueven. Me logro dar cuenta la impronta que uno tiene en la sociedad, pero nunca hay que creérsela, porque acá acertás 1500, pero erraste una, y te crucifican. Nos seguimos perfeccionando y desarrollando, buscando y pensando en lo mejor.
Crescenti tiene un cargo de enorme importancia, con poder y exposición, en donde las tentaciones externas (política, cámaras, etc) están siempre rondando. En donde el ego puede ser considerable. Sin embargo, él se mantiene invulnerable, centrado en los pilares básicos que marcaron su vida: valores, humildad, honestidad y aplicación al trabajo. Crescenti es ante todo un buen tipo.
-Tu impoluta imagen en cuanto a la calidad humana debe ser tu principal patrimonio…
-Exacto, yo soy así. Se me presentaron muchas tentaciones para desviarme del camino que llevo, me han ofrecido diversas cosas, pero soy esto, me formé para esto… elijo y me quedo con esto.
(Especial agradecimiento a Pablo Pebe, Jefe de Asesores del SAME).