Margarita Barrientos
Resultado de una durísima infancia, se transformó en una de las activistas sociales más importantes de la Argentina. Fundadora del Comedor Los Piletones, entre todos los espacios que administra le da de comer a casi 8.000 personas. Involucrada, pero enemistada con la política. Humanizamos a Margarita Barrientos, referente absoluta de la solidaridad.
Por Martín Mena (Twitter: @martinnmena – Instagram: @menamartin)
-A ver, una sonrisa de feliz cumpleaños para la foto.
-Ja, ja, ¡no! Con todos los que cumplo no es para reírse.
Margarita Barrientos recibió a Humanizados en el día de su cumpleaños sesenta y posó con una sonrisa para la foto que se ve más arriba. Con su característica calidez, buen humor y notoria pesadumbre –de la que hablamos- se dispuso a una entrevista más corta de lo que la activista merecía. Se sentó, se acomodó el micrófono y se olvidó de la cámara por media hora para destinar todos sus sentidos a un diálogo en el que pasearía por toda la Argentina; la del poder, la del dolor y la que ella misma intenta forjar: la de la solidaridad.
-Estamos en el comedor Los Piletones, tu casa, donde no pasás desapercibida. ¿Cómo te sentís acá?
-Sí, es mi primera casa. Sigue siendo la primera, nunca me fui. Siempre estuve para solucionar problemas, dar soluciones y atender las necesidades. Estoy rodeada de mucha gente que trabaja acá, amo este lugar. La mayoría es gente que vive en la calle, gente trabajadora que últimamente la está pasando un poco peor. Este lugar es un orgullo mío. Lo vi nacer y lo veo crecer día a día.
-Se nota que lo decís desde el sentimiento, un sentimiento que se vio trastocado con el cierre de dos de tus comedores. ¿Qué te pasó internamente con esa decisión, influenciada por la ausencia del Estado?
-Hace cuatro meses, cuando cerré el comedor de Santiago del Estero, empecé con una depresión muy grande. Estaba muy triste. La gente que vivía a 30 cuadras iba a buscar comida, por ahí llegaban, hacían una cola de dos o tres horas y se iban sin nada. Cerrar el comedor de Cañuelas, donde iban 220 familias, también me hizo muy mal, me golpeó muy fuerte.
-¿Qué te decía tu familia?
-Hablé mucho con mi hijo Walter y le contaba que me golpeaba muy fuerte eso. Porque a mí me gusta ir a conocer los lugares, ver dónde y cómo vive la gente que quiere nuestra ayuda. Saber qué necesitan, no solamente darles un plato de comida, ver si podemos brindarles un colchón, ropa o lo que sea.
-Ante esa situación de alerta, ¿qué respuesta recibiste por parte del Estado?
-La ayuda la pido por acá. Lamentablemente, no cuento con la ayuda de la Provincia. Acá, en Los Piletones, juntamos mercadería, ropa, útiles escolares, muebles y cargamos todo en un camión que nos cobra barato y lo mandamos a Añatuya.
-¿Hubo alguna modificación desde la salida de Daniel Arroyo y la llegada de Juanchi Zabaleta?
-Cuando estaba Arroyo le pedimos ayuda sin tener respuestas. Hubo muchas promesas, pero ninguna cumplida. Ahora conocí al nuevo Ministro. Me llamó, fuimos a verlo y me pareció un hombre sincero. A mí me tienen que castigar si es por los votos, pero no a la gente, ellos no tienen nada que ver, yo no llevo a nadie a votar.
-Pero, ¿por qué tendrían que castigarte? ¿Fue así?
-Sí, creo que hubo algo de eso. Porque en plena pandemia, con tanta necesidad, no puede ser que nos dejen de ayudar. Cuando más necesitaba la gente… Gente que trabajaba y que no le faltaba empezó a hacer cola para retirar comida.
Queda claro que la política juega un rol clave en la asistencia social. El Estado, que debería brindar recursos y herramientas para que el pueblo elija qué y cuándo comer, no se hace presente de ese modo. Sino que activistas como Margarita Barrientos ponen en marcha comedores por los cuales ni siquiera reciben ayuda. Y tener contacto directo con una parte del electorado, a veces, juega una mala pasada por la otra porción política.
-Hablaste de un castigo político. ¿Te arrepentís de que el nombre Margarita Barrientos haya quedado tan pegado al de Mauricio Macri que, ahora, te soltó la mano?
-Sí, a veces uno aprende. Un tropezón no es caída y, si caemos, nos tenemos que levantar. Con esto aprendí mucho. Desgraciadamente, la política es así. Nosotros tenemos que seguir trabajando y dando soluciones. Nosotros no nos vamos a ninguna quinta, no nos escondemos, nos quedamos a hacerle frente a la necesidad de la gente.
-Después de hacer público que Macri no te había contactado más, ¿te escribió o te llamó alguien de su entorno?
-No. Y yo, en realidad, lo que necesito es actividad del actual Gobierno. Que cumplan las promesas. Que me diga que me van a ayudar, que vamos a recibir lo que necesitamos en Santiago. Allá tenemos un hogar de abuelos, huerta, centro de salud, tenemos todo. Lo hicimos con mucho sacrificio. Y todo eso no es para mí, es para ayudar a la gente, para que tengan lo que merecen. Pero la gente no merece un plato de comida: los comedores no tienen que existir. Tienen que tener un trabajo digno, que la gente elija lo que quiera comer, no yo elegir por ellos.
-Cuando te reuniste con Alberto Fernández, ¿qué te prometió y qué cumplió?
-No, nos reunimos para conocernos. Él ya sabía lo que hacíamos. Tenemos mucha trayectoria, el 7 de octubre cumplimos 25 años con el comedor y hoy es mi cumpleaños, ja, ja.
Su sonrisa y el aviso de que era su cumpleaños fue la puerta de escape a los asuntos políticos, de los que ya habíamos hablado lo suficiente, y también fue una puerta de entrada. En esta ocasión, a los inicios de Margarita Barrientos. Pero no la activista y la que le da de comer a casi 8.000 personas, sino a Magui, la mujer que nació hace 60 años en un pueblo cercano a Añatuya, en Santiago del Estero y que tuvo una infancia dura, en la que perdió a su madre por mal de Chagas.
-Hablame de tu infancia y de cómo esos años te convirtieron en la mujer que sos hoy, la Margarita Barrientos que todos conocemos.
-No tenemos que olvidarnos de dónde venimos, ni quiénes somos ni quiénes fuimos. Pasé mucha hambre, mucha tristeza y mucha soledad, sobre todo cuando mi madre murió. Pero la vida te enseña. Fue un golpe que me pegó muy, muy fuerte, pero uno siempre toma lo mejor. Era muy chica cuando la perdí. Salir de mis pagos… Mi hermano mayor me decía que venga a Buenos Aires y que, cuando fuéramos grandes, nos íbamos a juntar. A los 27 años nos reunimos y a los 40 volví a Santiago del Estero.
-Hacés referencia a tus necesidades de chica. Pero pasó el tiempo y siempre viviste al día, como cualquier trabajador. Nunca te sobró ni te sobra nada. Sin esa holgura, ¿cómo te picó el bicho de la solidaridad, de dar sin tener de más?
-Es que nosotros vivimos en la solidaridad. Mi mamita a veces hacía locro con carne y a veces sin; nunca se olvidaba de Dios. Mi papi había hecho una mesa larga de algarrobo. Martincito llegaba del colegio con hambre, con ganas de comer la comida de mamá. Y un día nos quedamos con ganas de comer más. Martincito y yo le preguntamos a mamá si podíamos comer un poco que había quedado y ella me respondió: “Si viene Dios a pedir, ¿qué le vas a dar?”.
-Con ese ejemplo, ¿cuál fue tu primer acercamiento con la solidaridad?
-Éramos chicos, pero cada uno tenía su trabajito. El mío era cuidar a los chivos. Vengo corriendo a ver a mi mamita y veo a un linyera abajo del árbol comiendo la comida que mi mamá había dejado aquel día. Le dije: “Mamá, él no es Dios”. Ella me miró y me dijo: “¿Vos lo conocés a Dios? Entonces no le preguntes de dónde viene ni cómo se llama, sólo dale de comer”. Y es lo que aprendí, lo que nosotros hacemos. Acá no preguntamos cómo se llaman, de dónde vienen ni a quién votaron, solamente les damos las soluciones.
-Qué mensaje…
-Sí. Y siempre le digo a la gente que trabaja acá que, el que llega, primero tiene que comer y después hablar conmigo para conocernos. Pero primero tiene que comer.
-Qué difícil es encontrar un compañero de vida que entienda y quiera ir por el mismo camino. Pero lo encontraste. Hablame de Isidrio.
-Siempre fue un hombre muy bueno… Él trabajaba en un corralón donde se cortó un brazo. De ahí, empezó el cirujeo porque nadie le daba trabajo. Su fuerte era limpiar las panaderías. Vivíamos acá, no teníamos calles, luz ni agua. Íbamos a buscar agua acá a dos cuadras, que había una canilla.
-¿Y cómo empezó la relación con la solidaridad por parte de él?
-Acá teníamos una cocinita con garrafa, pero se guardaba para los días de lluvia. Cocinábamos con fuego, teníamos un horno de barro grande. Y un día él llegó con muchas facturas y me pidió que hiciera mate cocido para darle a los chicos; no teníamos azúcar y lo endulzamos con miel. Ese día fue el 7 de octubre de 1996, que empezamos con esto. Repartimos mate cocido, facturas, hice un guiso carrero con mucha papa, zapallo y algunos fideos. Fue el mejor almuerzo que hicimos. Ahí empezaron a acercarse los vecinos, a traer leña y algunas ayudas. Fue el comienzo de todo esto.
-¿Qué sentís cuando apoyás la cabeza en la almohada después hacer todo esto cada día?
-Uy… Uno se siente satisfecho, pero no del todo. Creo que mi satisfacción va a llegar cuando la gente no necesite un comedor.
-¿Creés que va a suceder?
-Espero que sí. En algún momento tiene que pasar que la gente no tenga que hacer dos horas de cola por un plato de comida. Eso me pone triste. No estamos bien y, al aumentar la cantidad de gente que viene a buscar comida, quiere decir que tampoco estamos por el camino correcto. En algo se equivocan nuestros políticos si es que hay tanta necesidad, hambre y gente viviendo en la calle, sin trabajo. Todo eso me pone triste. Yo voy a descansar el día que no haya un comedor y que no tenga que estar pensando en si a mí también me va a alcanzar.
Y fue inevitable abordar ese asunto socio político con una mirada periférica sobre las críticas. Es que Mónica Rueja, presidenta de la Junta Vecinal del Barrio Los Piletones, de la Corriente Villera Independiente, denunció en 2003 que había un manejo irregular de las donaciones por parte de Margarita Barrientos. A eso se suman esporádicos mensajes negativos en las redes sociales.
-¿Cómo te tomás las críticas?
-Nunca leo las redes sociales, pero sí le diría a la gente que esté todos los días en la suela de mis zapatos. Cuando me acuesto a las tres de la mañana y a las seis y media me estoy bañando para venir para acá; que estén cuando me falta la comida y tenga salir a poner la cara para decir que no alcanzó para todos. Muchos hablamos y pocos hacemos. El que habla no se anima a hacer lo que hago yo y lo que hacen muchísimos otros comedores que trabajan y viven para la gente. No nos quedamos con el vuelto de nadie. Tengo mucha gente atrás mío que trabaja constantemente, son personas en las que confío plenamente.
-¿Quiénes trabajan acá?
-Son 140 personas, porque tenemos el comedor, dos jardines, la casa contra la violencia de género, el hogar de abuelos y el centro de salud. Mi hijo Oscar; Ezequiel, que es el director; todas estas mujeres que no cobran absolutamente nada. Estoy yo que me subo a la camioneta a cualquier hora para llevar y traer cosas que la gente necesita. No lo hago por plata, lo hago para ayudar. Como me dijo un nenito en el Paraje 13: “Tía, cuando vos venís, nos ponemos contentos porque vos venís con la camiseta de los sueños”. Me dio mucha tristeza y me llenó de pena no haber podido llevar nada en estos últimos meses. Gracias a Dios en Santiago todavía hay gente trabajando, pero me deprimí por no poder ayudarlos cuando más lo necesitaban.
-¿Cómo podemos ayudar? ¿Qué es lo que más se necesita?
-Lo que más se necesita son alimentos. También ropa, para acá y para llevar a Santiago. Más ahora que volvimos a abrir el comedor en Cañuelas.
-¿Cómo querés cerrar la entrevista?
-Soy muy agradecida a la gente y a Dios, a quien le pido nunca volar alto, siempre volar bajito.