Horacio Questa
Por Damián Giovino (@DamianGiovino)
Realiza una de las tareas más sensibles y nobles dentro de una sociedad: cirujano pediátrico. Eminencia del Hospital Garrahan, fue uno de los pilares desde su fundación, llegando a ser, durante muchísimos años, Jefe de Clínica Quirúrgica. Con reconocimiento en el exterior, nombrado delegado latinoamericano en la Federación Mundial de Cirujanos Pediátricos. Ostentó el cargo de Presidente de la Sociedad argentina de Cirugía Infantil. Docente de cirugía pediátrica de la UBA y docente autorizado de Fundación Favaloro. Fue Vicedirector de la UBA en la carrera de médico especialista en cirugía infantil. Designado en el equipo de cirujanos que llevaron adelante el primer trasplante de hígado a un niño en un hospital público. Humanizamos a Horacio Questa, uno de los hombres imprescindibles para nuestra comunidad.
-Narranos cómo fue tu proceso de decisiones en el incremento de complejidad: primero elegir estudiar medicina, luego ir por la rama de la cirugía y terminar especializándote en cirujano pediátrico…
-A la medicina la elegí por vocación. Tenía un tío cardiólogo y me impregnó muchas cosas del gusto por la medicina. Siempre mi vida giró en torno a lo humanístico, es algo muy importante para mí. Me especialicé en cirugía porque me llamaba la atención el desarrollo de la habilidad con las manos. Mi primera formación fue con pacientes adultos en el Hospital Castex de San Martín, allí hice mi residencia que son entre cuatro y cinco años. Luego, para agrandar mi campo laboral, con el aliciente que siempre tuve afinidad con los niños, me especialicé en cirugía infantil. Comencé en el Hospital Materno Infantil de San Isidro en 1981. En el 87 mi jefe de ese momento me comentó que se estaba por abrir un hospital que, para él, iba a ser muy importante y de los mejores de Latinoamérica y que debía presentarme al concurso. Seguí sus consejos y quedé. Ese hospital del que hablaba mi jefe es el Garrahan, y no se equivocó: hoy es un hospital reconocido en el mundo.
En charla con ´Humanizados´, Alberto Crescenti, titular del SAME, y Juan Carlos Moriconi, Jefe de Bomberos de la Ciudad, coincidieron marcadamente en un punto: “Si no hubiera sido médico, hubiese sido guardavidas o bombero. Siempre me di cuenta y sentí que estaba en una posición de ayudar al semejante. Es algo que te nace y uno se entrega”. “Me gusta ayudar al otro, estar al servicio. La vocación de dedicar la vida al prójimo ya viene innata con uno. Si no hubiese sido bombero, habría sido veterinario, guardarpaques o algo vinculado a estar al servicio y cuidado del prójimo, el medio ambiente, los animales”.
-¿Siempre sentiste una vocación por el servicio comunitario que en la medicina pudiste canalizarlo?
-Exacto, lo canalicé a través de la medicina, pero siempre me sentí cercano a lo humanitario, a lo que tiene que ver con dar un servicio de vida. Nombraste a personas como Crescenti y Moriconi, apellidos que me ponen la piel de gallina. Seres como ellos deberían tener muchísimo más reconocimiento en una sociedad tan deteriorada, gastada y mediatizada como la nuestra; pero al estar tan tergiversados los valores, tienen poco reconocimiento. ¿Hay alguien más importante en una sociedad que aquellos que entregan su vida para salvarle la vida a otras personas? Podemos vivir sin un MONTÓN de ´personajes´ que han salido últimamente y hoy son ´populares´, pero no podemos vivir sin un Crescenti y sin un Moriconi.
– Estar en constante contacto cercano con la muerte y enfermedades, ¿te hace valorar más la vida, en las pequeñas cosas, en el milagro de levantarse cada mañana y tener un nuevo día para vivir?
-Sí, es algo que me pasaba muchísimo en mis años en el Garrahan. Presenciar tan cercanamente el dolor de una familia al ver a su hijo pequeño enfermo, el ver sufrir a un niño, hacía que cuando llegaba a mi casa y veía a mis hijos sanos, entendiese el poco valor que tienen las preocupaciones que a veces tenemos como cambiar el auto, comprendí que las cosas importantes de la vida pasan por otro lado. El poder levantarte todas las mañanas y tener un nuevo desafío, es algo muy valioso. El encontrarte con un nuevo niño paciente con su patología puntual, y asumir el desafío de ver cómo poder curarlo, cómo incorporar a su familia al proceso de enfermedad. Lo mismo me pasa en mi rol de docente, el desafío de poder transmitir a los estudiantes todos los conceptos y experiencias para que ellos lo puedan asimilar. Aún tengo viva esa llama que mantiene mi pasión por esta vocación.
Pocas personas dentro de una sociedad tienen más empatía y sensibilidad hacia el prójimo que un médico, entregando su vida al servicio de los demás. Pero a la vez, es un oficio en donde hay que tener mucha frialdad, carácter y ser muy fuerte de personalidad sabiendo que en tus manos depende el futuro de una vida, manteniéndose entero mental y espiritualmente.
¿Cómo se logra ese equilibrio emocional para ser un buen profesional, pero, sobre todo, para no enfermarse uno mismo?
– Hay que ser muy frío cuando tenés que diagnosticar a un chico, comunicarlo a la familia y sobre, todo, cuando estás en el medio de una cirugía o de un trasplante, donde no tenés margen de error. Esa frialdad hace que puedas ser lo mejor profesional posible, sin que te contamine lo afectivo, te haga cometer errores en lo laboral y te haga sufrir en lo personal. Ser frío no significa no generar mucha empatía con los pacientes, más al ser niños; he llorado muchas veces en mi intimidad. Desde que nació mi nieto, que hoy tiene seis años, me volví mucho más emocional, lo que, por supuesto, no hace que al estar frente a un paciente no sea absolutamente profesional y racional.
-Deben ser muy importantes las vías de escape, los hobbys, en donde canalizar y expandirse como ser humano. ¿Cuáles son las tuyas?
-Me gusta mucho la música, de toda la vida estudié y practiqué canto, me encanta el piano. Mi otro cable a tierra es el deporte. Soy un apasionado hincha de River. Por supuesto que también me gusta viajar. Hay que sacar el estrés de la profesión.
“En este mundo de nuestro tiempo: mundo al revés, se recompensa al revés. Se castiga la honestidad, se desprecia el trabajo”, dijo alguna vez el enorme Eduardo Galeano. En una sociedad con sus valores totalmente tergiversados como la argentina, mientras un político corrupto es millonario, un médico tiene bajos sueldos, trabaja a destajo en pésimas condiciones: hospitales públicos con falta de insumos de todo tipo, colapsados de gente, exponiéndose a que los agredan.
– Como docente universitario, ¿cómo estimulás a los futuros médicos para que no pierdan las ganas pese a ese escenario lacerante?
– El buen médico, con verdadera vocación, hace de esta profesión un sacerdocio. En este país, el médico está cumpliendo su labor todos los días, pero a la vez tiene que estar luchando contra un montón de cosas: lo económico, las malas políticas, el acoso de los familiares de los pacientes o de los mismos pacientes en las guardias. Con la dignidad y el sacrificio que aquí los médicos llevan adelante su profesión hay que ponerlo de manifiesto. Si un estudiante de medicina analiza y piensa bien con todos los padecimientos que se puede llegar a topar ejerciendo esta profesión, deja la carrera, por eso reitero que todo parte de la vocación de estar al servicio del prójimo.
“Al médico hay que respetarlo, pero no tiene que ser soberbio”, nos afirmó Alberto Crescenti. El médico, al estar en un rol de ´superioridad´ sobre el paciente, sabiendo que gracias a sus conocimientos alguien se puede curar, puede verse tentado por caer en la vanidad y arrogancia.
–Y, también en rol de docencia, ¿les macás esa cuestión?
-A mis alumnos les digo que deben realizan esta profesión con dignidad, rectitud y honestidad, tratando al paciente como a un familiar en cuanto al respeto. Para un médico, su paciente de turno es lo más importante que hay, y debe dejar de lado cualquier ambición personal. Les digo que sean empáticos ante el dolor de un enfermo, que generen el mejor vínculo posible en la relación médico-paciente. El sentirse un ser superior es algo que no existe ni se puede permitir un médico, no tiene derecho. El médico tiene una misión: intentar escuchar lo más atentamente posible al paciente, actuar en el momento adecuado dándole la mejor solución posible.
-En un país como Argentina, donde siete de cada diez niños tienen una pésima calidad de vida en las cosas básicas, ¿cómo hacés para mantener un tratamiento médico de un chico cuando quizá los padres no tienen dinero ni para llevarlo al hospital en colectivo?
-Hoy muchísimos chicos están mal alimentados desde la etapa de recién nacidos, por los cual el cerebro de esos niños va a ser muy inferior al de uno normal, lo mismo sus músculos y todo su organismo. Los que gestionaron tan mal este país, tienen que hacerse cargo. Un niño es el tesoro más grande que tiene una sociedad para su futuro. ¿Qué podemos pretender de un país donde los chicos están mal alimentados y mal educados? Me cansé de ver pacientes que comían una vez al día o que no podían venir al hospital porque no tenían dinero para el colectivo y al no venir la situación de salud se complicaba. Me ha pasado de decirle un paciente y a sus padres: “acá te dejo dinero para que puedas viajar, pero sí o sí vengan a la próxima consulta y control”.
-¿Cómo está posicionada la medicina argentina a nivel mundial?
-La UBA es una de las mejores universidades del mundo, por ende, la carrera de medicina también. Por eso en educación y salud no se puede escatimar en cuanto a políticas de estado, pero ojo, todo dentro de una lógica: siendo gestionado de buena manera. El medico argentino tiene buen reconocimiento en todo el mundo. El nivel médico top lo encontrás en los países que tienen medicina socializada como los escandinavos, Francia, Alemania. Ellos tienen todo al alcance para tener la última tecnología e investigación. De todos modos, Argentina está muy bien posicionada. Nosotros nos arreglamos con la mitad de las cosas que tienen en esos países, imagínate si tuviésemos lo mismo que ellos.
La medicina, la ciencia, la tecnología han tenido avances extraordinarios, sin embargo, en ciertos aspectos, los humanos parece que vivimos cada vez peor. Ya sea conflictuados desde el plano espiritual y mental, como mencionó el cabalista Mario Sabán: “la vida se ha alargado gracias a las posibilidades médicas que extienden la vida, pero de qué sirven que me den cien años de vida si no sé para que los voy a usar, no tiene ningún sentido”. O como alguna vez dijo el gran Ernesto Sábato: “levantar edificios de 30 pisos para que vivan en cubículos de cemento niños que nunca van a ver una puesta o salida del sol, no es progreso. Las comunidades primitivas tendrían enfermedades, pero no necesitaban psicoanalistas. Y no sé qué es peor: si leprosos o alienados. Al hombre lo han robotizado. Hay una carencia total de valores espirituales. La ciencia puede crear un puente, pero no puede enseñarte a vivir. El hombre conquistó el mundo de las cosas, pero ha terminado por transformarse también en una cosa”. Desde el plano estrictamente físico de la salud, parece ocurrir lo mismo. Un hombre que vivió toda su vida en el campo, en contacto con la naturaleza, de forma más rudimentaria, parece poco más que irrompible; mientras que aquellos que viven más aburguesados en una gran urbe con, aparentemente, todas las facilidades y comodidades, parecen ser cada vez más débiles, ´generaciones de cristal´.
-¿Cuál es tu visión al respecto?
-Hay mucho de real en eso que mencionás, estoy de acuerdo. La expectativa de vida aumentó considerablemente gracias a los avances, eso no hay ninguna duda. Pero no todo lo que en la sociedad se vende como avance lo es, sino más bien por el contrario, es retroceso. Nos vendría muy bien mirar ciertas cosas del pasado. Hoy tenemos todo al alcance de la mano, todo fácil, y genera que no le demos importancia a un montón de cosas. Vivimos apurados, faltos de análisis, queremos soluciones inmediatas. Falta más empatía. Hay valores totalmente tergiversados. Lo ideal es poder recibir el paso de los años con el mayor agrado posible, teniendo la mente ocupada en el desarrollo de alguna actividad. Yo ya estoy jubilado en el Garraham, y eso, tranquilamente, puede causarte depresión, pero venía desde dos años antes, pergeñando en qué iba a ocupar mis mañanas cuando ya no estuviera activo en el hospital, en tener más actividad en el sector privado, en seguir incursionando en la docencia, en dedicarle más tiempo a mis clases de piano y canto. Irte de un lugar, cuando te tocó ser líder de un grupo durante muchos años como me pasó a mí, con la tranquilidad de saber que uno tuvo la idoneidad para crear un grupo de trabajo que va a seguir funcionando perfectamente cuando uno se vaya.
-¿Quién fue y qué representó Favaloro?
-Representa el ser médico. Diseñó una técnica revolucionaria en el mundo de bypass, creó una fundación que, lamentablemente, por todos los vericuetos que tiene nuestro bendito país en cuanto a las gestiones políticas, hicieron que en algún momento fuese deficitaria y eso, un hombre tan responsable, inteligente y creativo como él, le generó una gran depresión. Los argentinos nos autoboicoteamos, nos autodestruimos, no sabemos cuidar y conservar a los seres como Favaloro, en todos los ámbitos: medicina, arte, deporte, educación. Es muy del argentino. En este país hay que revertir muchas cuestiones y visiones, que no sé si llegaré a verlas, pero lo deseo por mi nieto.