Juan Carlos Biscay
Por Damián Giovino (@DamianGiovino)
Un caso muy singular en el fútbol: fue jugador, árbitro y entrenador. En su rol de juez, los futbolistas veían en él más un cómplice que un enemigo, porque entendía a la perfección el idioma y los códigos de ellos. De estilo descontracturado, pero con firme personalidad. Fue columnista en el Diario Olé y jefe de la Central Telefónica de San Fernando. Hoy tiene una cadena de perfumerías y es Concejal de su municipio. Padre de Matías, ayudante de campo de Marcelo Gallardo. Humanizamos a Juan Carlos Biscay, un todo terreno que salió de muy abajo, pero nunca perdió los valores; un tipo íntegro.
Juan Carlos estuvo un periodo en las inferiores de Independiente. Viviendo él en Zona Norte, en San Fernando, tener que trasladarse, a la otra punta, a Zona Sur, al predio de Villa Domínico para entrenar, requería un gran esfuerzo.
–En aquellos años, ¿era casi que una travesía ese viaje?
-Sí, era tremendo. Estamos hablando de 60 años atrás, imaginate. Tenía la ventaja que mi padre era ferroviario y por ende tenía el pasaje de tren gratis. Era un viaje considerable. Yo estaba jugando en Tigre, que me quedaba muy cerca, y salió la posibilidad de probarme en Independiente; fui, quedé y me ficharon. El técnico era Vicente De la Mata padre. Hoy pienso y no sé cómo diablos hacía, porque además iba al colegio industrial que era mañana y tarde.
-Ya ahí afloraba en vos la gran pasión por el fútbol, el motor que te impulsaba a hacer tal sacrificio…
-Exacto. Mi viejo me transmitió el amor por el fútbol, él también fue futbolista, jugó en Defensores de Belgrano. En mi etapa en que escribí en el diario Olé tras retirarme como árbitro, un periodista estaba haciendo un libro sobre jugadores del ascenso de toda la historia, entre los que me incluyó, y yo le dije que mi padre había jugado en 1931 en Defe, y si lo podía agregar, cosa que hizo. Cuando el libro salió y se lo llevé a mi viejo, andaba con él para todos lados orgulloso y contento, era como su biblia.
Juan Carlos tuvo un amplio recorrido por el ascenso: jugó en Sportivo Barracas, El Porvenir, Deportivo Italiano, Colegiales, Acassuso. Era wing izquierdo, zurdo hábil.
-¿Cómo era el fútbol de ascenso por aquellos años?
–Era difícil. Yo me había casado y vivíamos alquilando, el dinero escaseaba. Pero fue fantástico. Ir a cada lugar que hoy, con los vehículos de la actualidad, es difícil llegar. En paralelo tenía otros trabajos.
-¿Qué otros trabajos tenías?
-Me recibí de técnico mecánico y empecé a trabajar en una empresa que hacía ruedas de autos, y a las dos semanas me miré las manos, porque todo el control de la producción pasaba por mí, y las tenía todas lastimadas; dije; ´esto no es para mí´. A los pocos días entré en Entel (hoy Telecom). Wálter Nelson era compañero mío ahí. Trabajada en Entel, entrenaba y hacía changas… tremendo. Fui jefe de la Central Telefónica de San Fernando, y estuve a cargo de todos los barrios privados y countries de Zona Norte, desde Vicente López hasta Zárate, en los años de explosión de estos. Vendí seis mil líneas en un año, una hazaña total.
Aún mientras jugaba profesionalmente, un día Biscay fue a la casa de sus padres y su hermano le comentó que un nuevo vecino, don Luis Saporiti, había sido árbitro, y lo fue a ver.
-¿Cómo continúa la historia?
-Me dijo que conocía al director de la escuela de árbitros, que lo vaya a ver de su parte. Ya ahí me pregunté si no era eso lo que estaba buscando para mi vida, me hizo clic la cabeza y fui. Ahí enseguida se dieron cuenta que yo tenía idioma del fútbol por ser jugador, y me atendieron cien puntos, fui el primero del curso en empezar a dirigir, en cancha de Independiente. Cuando fui a AFA para averiguar, me lo encontré a Pancho Lamolina, que vivía cerca y nos conocíamos, ´ ¿qué hacés acá? ´ le dije. Empezamos a entrenarnos juntos por nuestra cuenta en el club San Fernando.
-Y ¿qué viste en el arbitraje para hacer ese cambio en tu vida y dedicarte de lleno? Porque en ese entonces no es como ahora que se puede vivir de dirigir, lejos de eso.
-Imaginate que para dirigir era obligatorio tener otro trabajo. No sé por qué lo hice, fue algo que me bajó, un clic en la cabeza, se dio y lo aproveché. Luego me fue gustando cada vez más. El hablar el idioma del fútbol, por haber sido jugador, me hacía marcar diferencia como árbitro. Muchos árbitros, por debilidad, hacen un personaje de agresivos, autoritarios; yo todo lo contrario.
-En vos los jugadores veían más un cómplice que un enemigo…
-Exacto. La figura es el futbolista, no el juez. Con algunos comentarios con ellos, se dan cuenta enseguida si sabés de fútbol o no. Me pasó que el Bichi Borghi me tenía bronca porque cuando jugaba en Argentinos lo expulsé por escupir a un rival. Pasa el tiempo y va a préstamo a Platense, y me toca arbitrarlo en un partido frente a Deportivo Español. Antes de reanudar el segundo tiempo, en donde los jugadores pelotean, le pido la pelota al arquero, Pedro Catalano, me la rebolea del arco al medio de la cancha y, yo con la zurda, de aire, la bajo con mucha calidad. El Bichi que estaba a cinco metros mío, se quedó totalmente sorprendido y me dice: “JUAAAN CAAARLOS”. A partir de ahí forjamos una relación extraordinaria.
“Cuando entré a la AFA a anotarme para el curso, me iba escondiendo, porque para el jugador, el árbitro es un vigilante; era una deshonra”.
-Fuiste rompiendo esos prejuicios, propios y externos, con lo que contás… los jugadores veían que entendías de fútbol, y eras del palo de ellos.
-Exacto. El trato es fundamental. En acciones puntuales los futbolistas se daban cuenta que yo era un atorrante del fútbol como ellos. A un jugador de Huracán que lo insultaba todo el estadio, le aconsejé, en el medio del partido, que no juegue largo, que juegue corto para asegurar los pases y ganar confianza. A un pibe de San Lorenzo que debutaba contra Boca, lo veía y temblaba como una hoja, se le caían las lágrimas, y le dije que la iba a romper, que esté tranquilo que él sabía jugar (yo ni lo conocía). A Oscar Passet le cobré un penal en contra en San Lorenzo, cuando me vino a reclamar le dije que lo hice para que se luzca, que se tire a la derecha… lo hizo y lo atajó. En un clásico Boca – Independiente, le dije a Diego Latorre en la mitad de la cancha: ´abrila a la derecha y andá a buscar al segundo palo´; la abrió para Graciani, fue a buscar, y gol.
–Pero también te les plantabas a los jugadores si hacía falta, dentro de los códigos futboleros de esos tiempos.
-Exacto, dentro de los códigos del fútbol. Una vez vino Rugerri a protestarme no sé qué, con la omnipotencia de ser quien era, un piola de aquellos y futbolero total, y yo lo pisé; ´ ¿qué hacés? Me estás pisando´, me dice, y le contesto: ´¿ y vos qué carajo hacés acá protestado? Tomátelas´. Un atorrante con otro atorrante… hablamos el mismo idioma del fútbol.
Tenías, como la mayoría de tu camada, un estilo muy descontracturado para dirigir, picardía para llevar adelante un partido. Nada que ver con la actualidad.
-La figura es el jugador, qué es eso de que un árbitro se ponga en rol de sheriff, déjate de joder; hay que convencer de otra manera. El que es débil, para ocultarlo, se muestra autoritario. Hoy en día me siguen mandando mensajes jugadores de hace 30 años, porque se sintieron protegidos y me vieron, en el buen sentido, como cómplice de situaciones. Me cruzo con algunos y me abrazan. Cuando Maradona dirigía a Mandiyú le tiré una pelota haciendo una bicicleta, y se quedó sorprendido como diciendo: ´epa, este sabe´.
-Siempre hablás muy bien de Julio Grondona…
-El dueño del fútbol del mundo durante 30 años. Era un genio, un piola de la san flauta, muy bicho y adelantado para su tiempo. Él era de sacar ventaja, pero reparaba en las formas, sin que se note tanto, hoy eso importa tres carajos, lo hacen alevosamente.
-Te tocó dirigir a uno de los grandes mitos del fútbol argentino: el Trinche Carlovich. ¿Era tan bueno como decían? Porque no hubo registro fílmico.
-Sí, era un jugadorazo, un crack. Era bravo también. Lo dirigí por el año 1980, en un partido del Ascenso. En ese partido la agarró de zurda y la clavó en el ángulo de volea, un gol espectacular.
En su primer partido como línea ya se quería agarrar a trompadas con los que lo insultaban. Jugando en un torneo intermunicipal, le abrió la ceja a un árbitro que lo expulsó.
-A tu hijo Matías la FIFA lo suspendió por dos años en las inferiores de River durante un campeonato en Colombia por pegarle a un árbitro… tenía a quien salir.
-Era calentón, pero muy inteligente. Un tipo de 1,90. Gallardo también era bravo, porque se crio, en Merlo, en un contexto de precariedades como pasé yo; un pibe bárbaro… pero bravo. Marcelo estuvo por venir a vivir con nosotros, porque le costaba un huevo viajar de Merlo para entrenar en River en las inferiores. Le dije a Matías que lo invitara a vivir con nosotros, en su pieza. Justo a la semana River le puso un departamento. Ellos son hermanos de la vida.
-Se nota que Matías y Gallardo son el equilibrio justo, por eso forjaron una dupla extraordinaria…
-Son el complemento perfecto. Tienen un gran ida y vuelta. Estoy orgulloso de Matías. Tiene una lealtad total; le han ofrecido dirigir la selección de Chile, pero él está siempre junto a Gallardo. Matías era un gran jugador también.
El fútbol es un deporte de interpretación, ante una misma jugada no todos ven lo mismo. El VAR desnaturaliza la esencia del juego, le quita emoción, además de no aplicarse con criterio en muchas ocasiones. La tecnología es totalmente útil y eficaz en deportes civilizados, y el fútbol no lo es, por algo es el más popular y pasional, por lo imperfecto.
-¿Coincidís con algo de eso?
–Totalmente de acuerdo. Se está perdiendo la esencia del juego del fútbol, y tengo miedo que producto de eso se pierdan espectadores. El error del árbitro siempre fue un condimento fundamental en la esencia del fútbol, parte del encanto, sobre todo en la sociedad argentina por cómo vive el fútbol, por lo pasional; no podés limitar todo a decisiones técnicas. La tecnología ha vulnerado un montón de cosas. El VAR está destruyendo al fútbol, es una cosa de locos.
-Sos Concejal de San Fernando. ¿Cómo analizás a la sociedad argentina y a nuestro país?
-Hay un importante deterioro, una utilización de los seres humanos. Se han perdido los valores, las formas. En todo nivel ha habido una decadencia, fíjate vos la música, antes era algo sagrado, escuchar música profunda era un disfrute, hoy ves a cada ´artista´ que madre mía.
-Cuando te retiraste en 1995 pasaste a trabajar en diario Olé analizando los rendimientos de tus ex colegas, ¿cómo fue esa experiencia?
-Había un veedor de árbitros, Fortunato González, un hermano de la vida, que tenía lenguaje futbolero, pero además escribía muy bien, era un poeta. Lo llevé conmigo, y entonces yo iba a ver los partidos, hablaba con él y le contaba lo que vi, y él lo ponía en palabras, con una escritura depurada y muy precisa, que es fundamental. Repartíamos las ganancias. Seguía disfrutando del fútbol desde otro nuevo rol. Gracias a eso fui a ver el Mundial de Francia 98. Uno de los artículos que más se leían era el mío.
-Y la etapa como entrenador junto a Ricardo Calabria, ¿la disfrutaste?
-Absolutamente. Buscaba permanentemente potenciar y apuntalar a los jugadores. El comportamiento del medio del fútbol cuando alguien tiene precariedades, es muy duro. Yo vine de abajo y entendía a esos jugadores, como Garrafa Sánchez, un fenómeno absoluto. Un día llegó tarde al entrenamiento, le pregunté por qué y me dijo que se la había roto el reloj, me saqué el mío y se lo regalé. Hay que estar atento a los detalles.
-Tuviste una infancia dura en cuanto a las carencias económicas de tu familia…
-La heladera de mi casa era un pozo en el fondo. Mis viejos eran muy laburantes. Hoy agradezco los sopapos que me daba mi vieja, porque hubiera terminado en la cárcel… era un atorrante de la calle, y los muchachos del barrio eran bravísimos. Pero la calle me enseñó muchas cosas. Mi viejo me dio notables ejemplos, y haber podido, gracias a mi profesión, darle algunas alegrías, regalarle ciertas cosas, fue algo hermoso.
-Cuando te crías en ese contexto, luego, cuando se progresa, todo se agradece y disfruta el doble, afloran los valores…
-Exacto. Yo andaba descalzo por calles de tierra. Las precariedades se terminan convirtiendo en fortalezas… te forja la personalidad, te hace valorar. Cuando tenés todo servido, te vuelve débil, te hace indiferente a un montón de cosas, no le das bola a nada. ¿Sabés lo que era para mí tener una pelota cuando era chico? Qué alegría. Me he roto el lomo para conseguir lo que conseguí.
“Los futbolistas de antes resolvían de una forma más espontanea, ahora son más obedientes, entonces necesitan el mensaje y el apoyo del entrenador y eso genera una dependencia; no debería ser así”, dijo alguna vez Macelo Gallardo.
-Has dicho que, en tu época, gambetear a cuatro, cinco rivales era normal. ¿se fue perdiendo esa capacidad de improvisación y creatividad individual?
-Sí, eso ha cambiado notablemente. La participación excesiva de los preparadores físicos ha sido muy compleja. Estar bien físicamente es importante, pero no llevarlo al extremo en cuanto a su preponderancia. En el fútbol la prioridad es el juego. Hoy son más atletas que futbolistas. Los europeos, muy fuertes físicamente, siempre buscaron esa picardía creativa y desequilibrante del argentino, el don de la mentira que en el fútbol es la gambeta. Hay muchos que no entienden un carajo de fútbol, y hablan como si supiesen.
(Un especial agradecimiento a Patricio Loustau por su gran generosidad).