Roger Federer: el adolescente incontrolable
Por Damián Giovino (@DamianGiovino)
Hoy es, para muchos, el mayor embajador de la historia del deporte. Aquel que reúne todos los requisitos y parámetros que debe poseer un deportista de élite fuera y dentro de la cancha para ser tomado como fuente de inspiración y ejemplo a seguir. Su caballerosidad, su personalidad elegante y sofisticada, su comportamiento señorial; lo convierten en ´Su Majestad´. Pero en ese mismo ser elevado, habitó, años atrás, un joven totalmente enloquecido. El Roger Federer adolescente era rebelde, poco profesional, desequilibrado emocionalmente, irascible, irrespetuoso con los rivales… incontrolable. ¿Cómo logró la metamorfosis y transmutación para pasar de ser ´un pequeño satán´ a una personaje solemne?
Los que compartieron aquellos años alocados del adolescente Roger, lo sufrieron. Empezando por sus padres, Lynette y Robert, los cuales declararon sentirse avergonzados de las conductas y comportamientos de su hijo en esa época. Seguido por los integrantes de su equipo de trabajo a los que les daba muchos dolores de cabeza. Madeleine Baerlocher, uno de sus primeros entrenadores, contó que el suizo era de maldecir mucho en voz alta. Rompía muchas raquetas, tenía poca tolerancia a la frustración cuando las cosas no le salían, poniéndose muy negativo. Su problemática personalidad y conductas le valieron diversas sanciones, multas y despidos de sesiones de entrenamientos. Paul Dorochenko, el preparador físico de sus inicios, narró que no le gustaba entrenar, que era impuntual y poco trabajador porque los ejercicios los hacía con suma facilidad. “Era poco serio, hiperactivo y muy alocado”, sentenció. El propio astro recordó que, al cumplir 17 años, su familia decidió que tenía que ir a un psicólogo. Se autodefinió, al invocar esa etapa, como “un salvaje” que no sabía cómo manejar las cosas y no confiaba en sí mismo en cuanto a su forma de ser. Guillermo Coria, contemporáneo en el circuito Junior, recuerda que ese suizo adolescente era completamente sacado. Peter Lundgren, entrenador con el que Federer ganó su primer Grand Slam, confesó que, en ese momento, era un joven muy talentoso, pero un poco vago, que tenía problemas de concentración, además de no estar físicamente óptimo.
A medida que su carrera avanzaba y que su extraordinario talento afloraba con mayor evidencia; su figura empezó a ser más conocida públicamente, pero con ello también quedaba expuesto su lado oscuro: su personalidad descontrolada. Comprendió que la imagen que daba al mundo era fea y vulgar, teniendo que cambiarla rotundamente si quería llegar realmente a la élite. Hubo dos momentos claves que fueron el punto de inflexión definitivo para rumbear por el camino correcto su futuro. “En 2001 jugaba con Marat Safin en Roma y nos portábamos uno peor que el otro. Tras el segundo set, en la pantalla grande del estadio mostraron cómo se enfurecía él y cómo me enfurecía yo… mientras lo veía me sentía profundamente avergonzado. Y me dije: ´Esto realmente no puede seguir así´”. El otro suceso fue frente a un argentino: Franco Squillari. En la primera ronda de Hamburgo 2001, el zurdo lo venció por 6-3 y 6-4 en poquito más de una hora de juego. Para el suizo fue un tocar fondo: “No podía seguir jugando con esa actitud. Entonces fue un momento de cambio en mi carrera”. A partir de allí surgió el ´nuevo Federer´, el gran ejemplo mundial que admite que lo que importa en la vida es aprender de los errores cuando se hace algo mal para no volver a repetirlos. Sin lugar a la duda, el sustrato fundamental en el que estriba la metamorfosis que experimentó, para bien, la personalidad de Roger, tiene nombre de mujer: Mirka Vavrinec. Se conocieron en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y allí nació un amor inquebrantable hasta la actualidad. Ella fue el equilibrio emocional que necesitaba para encarrilarse y dejar atrás al joven rebelde de pelo teñido.