Roberto Piazza, mucho más que un diseñador
Por Martín Mena (@martinnmena)
Revulsivo y frontal. Sin miedo a los prejuicios y audaz para perseguir objetivos. Canaliza sus dolores a través del arte: la moda, la música, la actuación. Su cruda historia de vida lo transformó en un luchador y militante incansable. Humanizamos a Roberto Piazza.
-Si tuviésemos que etiquetarte en algún rubro, ¿en cuál sería?
-No digan que soy diseñador de moda. Amo mis vestidos, pero prefiero que me llamen artista. Si querés que haga una obra de teatro, te la hago. Querés televisión, también. Gané el Martín Fierro, la Estrella de Mar, premios internacionales… En moda, gané más premios en Europa que acá.
-Desde afuera, parece que “riesgo” y la frase “no tener miedo a fallar” te representan. ¿Es así?
-No, porque aparento no tener miedo, pero en realidad soy como el toro: te ataca porque tiene miedo, se siente amenazado. Yo tengo miedo, pero lo manejo, para no atacar a nadie. Le tengo miedo al riesgo de que me vaya mal, pero igual lo hago. Tengo objetivos y, aún mientras pienso en la decisión, tal vez ya la tomé.
-¿Tenés momentos de introspección o la vorágine no te lo permite?
-No, para nada. Nunca miro hacia atrás, ni para bien ni para mal, sólo cuando me preguntan. No tengo recuerdos en el día a día, más que alguna foto de mi vieja y algunos diplomas. Sí hay recuerdos que afloran a la noche, con el Valium. Para mí, la vida es hoy y mañana. Sí le tengo miedo a la decadencia, a la panza, a las ojeras, a la piel caída. Por eso salgo corriendo al cirujano plástico. Quiero llegar a viejo perfecto y maravilloso, aunque esté estirado. Y quiero tener bien el cerebro. Por eso miro para adelante.
-¿Cómo te llevás con la fama?
-Cuando la conocí era muy joven, tenía 20 o 22 años, ya estaba en Buenos Aires. Empecé el psicólogo, porque la fama es muy mala consejera. Yo tengo la estima muy baja, siempre. Y la estima es una de las cosas principales para ser feliz.
-¿Y vos sos feliz?
-Hay una fórmula para la felicidad: tu autoestima, tus proyectos logrados y tus vínculos con el prójimo. Si tenés las tres cosas bien, podés ser feliz. Normalmente, no pasa y, principalmente, porque en Argentina no se cumplen los objetivos, los proyectos.
Roberto Piazza distribuye sus días entre Madrid y Buenos Aires, aunque, cuando puede, viaja por las principales ciudades del mundo.
-¿Qué diferencias son las más marcadas si comparás el estilo de vida porteño con el de Madrid o cualquier otra parte del mundo?
-Mirá, estaba en Los Ángeles y me empecé a sentir mal, como raro: estaba en armonía. Nadie me miraba raro, nadie me decía puto, nadie me quería robar… Acá, en Buenos Aires, es muy distinto. Naturalizamos que nos puedan robar y violentar. Naturalizamos vivir en la mierda, en la corrupción, en la violencia social. Y esto pasó siempre, con todos los gobiernos.
-Viviste la época de la dictadura. ¿Qué recordás de esa etapa?
-Disfrutaba mucho del sol en la plaza, hasta que llegó ese momento. Si nacía tres años antes, habría sido un NN más. No me pasó nada porque mi familia en Santa Fe estaba acomodada. Mi primo era Jefe de la SIDE y de la policía de la provincia. Decir mi apellido allá me convertía en intocable. Me metieron preso algunas veces y salí en pocos minutos. Muchos no se acuerdan de que no se podía salir a la calle.
-¿Qué te decían tus viejos sobre esas precauciones que debías tomar?
-Era natural salir a la calle y que me dijeran: “Ojo que te puede explotar una bomba al lado”. Y de repente veías que eso sucedía en la casa del vecino.
-Dijiste muchas veces que estás dispuesto a matar a alguien con tal de conservar tu vida. ¿Lo sostenés?
-Sí, sin dudas. Si me están por matar y tengo la posibilidad de defenderme, lo haré. La policía no puede tirar porque la tildan de “gatillo fácil”, pero a los violadores y asesinos, que nos violan y nos matan, les hacen juicios eternos y a los dos días están en la calle.
-Llevaste tu historia personal al arte: libros, novelas, obras teatrales. ¿El arte te salvó la vida?
-Sí. Porque mi vida transcurre allí: filantropía, comunicación, creación, vestidos, pintura, canciones, libros. Todo disparado por el arte, todo nace ahí. De un drama hago arte. Roberto Piazza no cuenta su vida, canta su vida en un blues. El arte es la sanación de las almas.
-¿Es un estado de elevación suprema?
-Totalmente. A cualquier persona, haga lo que haga, le recomiendo que canalice en el arte. ¿Sos dentista, periodista o sepulturero? Bueno, hacelo, pero canalizá por otro lado: bailá flamenco, pintá, dibujá, escribí. Si no hacés una terapia y algo de arte, vas a estar mal espiritualmente. Y no importa el talento.
Sin embargo, el Roberto Piazza que se conoce públicamente es el resultado de una persona que sufrió una muy cruda infancia. Su hermano mayor abusó sexualmente de él desde los seis a los 17 años.
-Tenías seis años cuando comenzaron a abusar de vos sexualmente. Comencemos sobre ese tema tan sensible sin una pregunta, sino con un desarrollo de lo que quieras contar.
-Descubrí que mi hermano mayor me abusaba sexualmente. Era algo extraño, porque en un chico de seis años no puede pasar eso, ni siquiera sabe lo que es el sexo. Según los psicólogos, un nene de seis años es un angelito y, que venga un adulto y te haga cosas perversas, te caga la vida. De entrada. Hay gente a la que, con una sola vez, la mata. Imaginate si eso pasa de los seis a los 17 años y te lo hace tu familia. Pero eso traía también el bullying familiar, el maltrato, el manoseo, las cagadas a pedos, el silencio.
-¿Cuáles fueron las primeras manifestaciones en tu cuerpo y en tu psiquis?
Empezás a comer, engordás por la angustia oral y no podés hablar, porque tenés miedo. ¿Qué es para un chico de seis o siete años encontrarse con un pene así, gigante, erecto y que te hagan jugar con eso? Bueno, eso me pasó durante muchos años. El que no lo pasó, no lo entiende y no le entra en la cabeza.
-¿Cuándo fue que te diste cuenta de que había algo que estaba mal?
-Me costó muchos años. Si eso no estaba mal, ¿por qué pasaba en la oscuridad y a solas? ¿Por qué me pedían que no contara nada? Normalmente, de chico hacés cosas durante el día, tu mamá te da un beso y te vas a dormir. Mi cabeza se dio cuenta cuando entré en la pubertad, cuando mi cuerpo empezó a pedir cosas. Ahí noté que no era normal, que era algo que no podía suceder y menos con mi hermano. La última vez que él intentó hacer algo conmigo, yo tenía 17 años.
-¿Y el resto de tu familia qué hacía?
-Había mucho silencio. Se había naturalizado vivir en una familia de perversos, de machistas, de un padre endogámico.
-¿Alguna vez reaccionaste contra tu hermano?
-Un día casi le clavo un cuchillo en un almuerzo dominguero. Mi hermano me violaba, pero también me jodía, me hacía bromas. Y agarré un Tramontina y Dios me agarró al mano, si no, se lo clavaba. Era mi idea, pero por suerte no llegué a hacerlo. Bueno, no sé si por suerte o por desgracia.
-Y hoy, 50 años después, ¿lo ves como una fortuna o una desgracia?
-Mmm. Una fortuna, porque no sé qué habría pasado conmigo y porque creo que a mi vieja le habría agarrado un infarto. Pero también por desgracia, porque ese tipo no debería estar vivo.
-En algunas ocasiones hablaste de cierta complicidad de tu mamá y de que la perdonás. ¿Por qué?
-Porque creo que tenía una especie de síndrome de Estocolmo. Conmigo era un sol, era divina, pero mi viejo le cagó la vida. Ella a los tres años se quedó sin madre: era preciosa, era modista, era todo lo que yo quería. Murió a los 72 años por callarse lo que me pasaba a mí y lo que le pasaba a ella, porque mi papá tenía otra familia paralela. Ella no podía cuidarse ella, menos a mí. Después invertimos los roles, lo que también fue un error, pero no me quedaba otra.
-¿Por qué creés que nunca habló de esas cosas con vos?
-Primero porque yo era un chico y a los 18 me fui a la colimba. Después mi viejo me echó de mi casa y a los 22 años me vine a Buenos Aires. En mi casa no se hablaba de nada. A los 15 me quise suicidar con tres frascos de Valium y la solución fue encerrarme en mi habitación hasta que me despertara, nunca llamaron a un médico.
-¿Ella sabía todo acerca de cómo tu hermano abusaba de vos?
-Tres veces vio lo que pasaba y, así como abría la puerta, la cerraba. Era negar, negar, negar. Y eso pasa ahora, aunque vaya el hijo o la hija a contarlo.
-¿Eso sucede aún hoy con los cambios sociales de los últimos años?
-Hay 200 denuncias de violación por hora en el AMBA y en todos los estratos sociales, aunque en los más altos se oculta mucho más. Esos millonarios tapan todo con plata y no se habla más del tema.
Ramiro, sobrino de Roberto Piazza, atravesó el mismo calvario. El diseñador se encargó de ayudar para cambiar su realidad.
-Hablame de tu sobrino, que sufrió lo mismo que vos y por parte de la misma persona.
-Yo lo sospechaba. Vi que mi hermano no tenía relación con las hijas y sabía que les pegaba a sus hijos varones. Y después me contaron que Ramiro, mi sobrino que ahora tiene 30 años, sufría de esto. Cuando tenía 24, lo convencí de que denunciara. Vivió una historia igual a la mía. Me fui a Santa Fe y Ramiro denunció.
-¿Qué lograron con la denuncia?
-Primero la restricción perimetral. Después lo metieron preso seis meses en la cárcel de Las Flores, donde estuvo Monzón. Pero prescribió todo por las edades, en un momento donde eso sucedía a los seis años del hecho. Entonces la Justicia lo dejó libre.
-Con la Ley Piazza eso ya no pasa.
-No, claro. Ahora puede denunciar la persona abusada o alguien del entorno y no importa tampoco el momento, porque uno denuncia cuando se anima, cuando puede.
-¿Qué modificaciones le harías a la Ley?
-Una diputada, cuyo nombre no recuerdo, solicitó que la Ley Piazza sea imprescriptible de por vida. Que la denuncia siga adelante, aunque la víctima se muera. La próxima modificación es que la condena sea efectiva, que nadie salga por buena conducta. Pero eso quedó encajonado.
-¿Qué pasa con los acosadores?
-Está lleno de esos tipos que muestran los genitales o que se sientan a un nene en la falda o que le tocan la cola a un menor. Otra modificación de la Ley Piazza es contra ellos: para que no entren y salgan, que se cumpla el tiempo de prisión que les corresponde, que hoy es de tres años a cuatro años y un mes, pero que pedimos que sea de por lo menos diez años. Que lo mínimo para los acosadores sea eso, porque después vienen los abusadores y después los violadores, cada uno en diferentes grados.
-¿Qué se te mueve en el interior cuando hablamos de violación?
-Nada, porque no recuerdo estos momentos. Yo ya soy un militante, para mí es dar discursos de concientización. Lo digo igual acá con vos que en una radio o en un estadio repleto.
-¿Algún Gobierno te ayudó con esta concientización?
-Se lo propuse a todos, pero te dicen que sí y nada más. Yo quiero dar charlas abiertas, que la gente cuente sus historias, darles una devolución. Ayudarlos. Como en algún pueblo pasó eso, algunos jueces de lugares chicos lograron que yo no diera más este tipo de conferencias y el silencio fue absoluto.
Cuando se llevó a cabo esta entrevista, había pasado un año desde que Thelma Fardín había denunciado a Juan Darthés. Claro que Roberto Piazza opinó al respecto.
-¿Qué te pasó cuando viste la confesión pública de Thelma Fardín?
-Muchas cosas. Primero, la felicito si es que es verdad lo que pasó. Segundo, no puedo negar que me pareció muy actuado, aunque no la juzgo por eso. No dejo de creerle. Me parece que quiere hacer una ley con su apellido que es casi idéntica a la mía. Si suma, buenísimo. Tercero, no me gustó que se haya politizado tanto y que ninguna me haya llamado para apoyarlas, porque gracias a mí, la Ley está ahí.
-¿Cómo te llevás con este cambio social hacia la igualdad de género?
-No me gustaría que sea un feminismo de ultraderecha excesivo. Medio en chiste, medio en serio, no me gustaría darle la mano a una actriz y que me denuncie. Defiendo todo, pero uno tiene que saber que la denuncia puede no ser veraz.
-Sacando tu historia de vida ya conocida, ¿fuiste víctima de algún tipo de abuso o acoso de alguien del medio?
-Nunca denuncié a nadie, aunque podría. Pero que cada uno se haga cargo de lo suyo. Yo ayudé a mi sobrino a que denuncie a su padre y a mi hermano le hice una denuncia social, pero no penal.
-¿Por qué? ¿No querés?
-No, ya está. Está viejo y choto, ya Dios lo partió en cuatro. Ni los hijos lo quieren, está solo. Aparte, con todo lo que tengo para hacer, volver a eso… No, ya está. Le quedan pocos años de vida y que encima van a ser una mierda.