Mercedes Savall

Por Damián Giovino (@DamianGiovino)

Artista de pura cepa, de muy pequeña descubrió su vocación: la escultura. Obtuvo considerable popularidad al realizar las imponentes estatuas de los ídolos riverplatenses: Ángel Labruna y Marcelo Gallardo. Pero detrás de ese orgullo profesional, vivió diversas partes del proceso como una pesadilla, con dificultades y presiones que repercutieron en su salud física y emocional, y le ocasionaron apuros económicos. Humanizamos a Mercedes Savall, ser con luz propia. 

¿A qué edad empezaste a descubrir un gusto por el arte y la tendencia a interesaste por el mundo de la escultura?

-Ya estando en la primaria, como a muchos chicos, me gustaba dibujar, pintar, moldear con plastilina. También me interesaban otras expresiones artísticas como interpretación, teatro. En el secundario iba a una escuela comercial, y arte era una materia más, lo cual no me alcanzaba, me quedaba corto en cuanto a mi deseo de explorar en ese terreno, quería más. Una profesora de matemática un día me dijo: ´vos tenés que estudiar arte´. Mi intención era estudiar Bellas Artes, pero no sabía ni dónde, porque yo era de Del Viso, Pilar, y para todo eso tenías que venir al centro porteño; en ese momento lo veía como una travesía.  Me pasaron el dato de la Pueyrredón, una Escuela Nacional de Bellas Artes (lo que hoy es la UNA), y ahí arranqué a cursar la carrera muy de a poco, porque tenía que trabajar paralelamente para costarme los estudios. Siempre me llamó la atención la escultura y quería que esa fuese mi especialidad. A los 20 años ya estaba trabajando como ayudante de taller y ahí empecé a vincularme con todas las técnicas de la escultura. No era sencillo porque la escultura siempre fue muy de los hombres, y al ser mujer no te daban bola. Tuve un gran maestro llamado Norberto Gómez.

Encontrar la verdadera vocación/pasión y el sentido de tu vida de muy joven, es uno de los mayores privilegios que puede tener una persona en esta existencia: hallar en donde vibrar en plenitud. Pero para vivir de ello, ni hablar en el arte, muchas veces que hay luchar sobremanera contra diversas cosas, que lo ponen a prueba a uno hasta el límite. Detrás de todo brillo, hay oscuridad.

¿Sentís que fue así en tu caso como artista?

Lo resumiste perfecto. Hay mucha fantasía del ´goce del artista´. Yo no gocé un carajo haciendo las obras de Labruna y Gallardo, fue sufrimiento puro. Uno durante el proceso se pone en la cabeza la misión de que lo tiene que terminar y no se tiene que dejar vencer por la calamidad. La vida del artista tiene su parte fea. Cuando terminé la obra de Labruna, yo pesaba 40 kilos. Estaba todo el día con la moladora, tuve que hacer toda la parte de la fundición del bronce que no estaba contemplada que lo hiciese yo, un laburo muy físico más a fin para la fuerza de un hombre. En la fundición eran todos fanáticos de Boca, así que imagínate la ayudaba que me daban. Luego dejaron de pagar, se fue gente, me cerraron la fundación con la estatua adentro. A veces me sentaba en el piso y me ponía a llorar diciendo ´qué hago´. Empecé a sacar carácter y enfrentar la situación. Iba a ser un trabajo de un año y llevó tres. Sabés cómo y cuándo arrancás, pero no sabés cómo y cuándo terminás.

-¿Te inclinaste por el arte porque había un ´contexto natural´ de ser de una familia ligada al arte o, por el contrario, tuviste que pasar por la reacción de la familia de decir: ´de qué vas a vivir´, y ser mirada medio como bohemia?

-Mi vieja es artista aficionada, ligada al canto. Somos siete hermanos, mis hermanas hacen flamenco. De chicos una escena típica de la casa era ver a mis hermanas bailando y yo dibujando las paredes. Mi viejo era carnicero, una familia humilde. Me apoyaron mucho moral, emocional e intelectualmente para que estudie Bellas Artes, pero no me podían bancar económicamente la carrera. No sabía de qué iba a vivir en el futuro, estudiaba arte porque era lo que me apasionaba. La familia es muy importante.

-Un pintor quizá hace un maravilloso cuadro en un día de inspiración. La escultura lleva, como decís, a veces, años de trabajo de hormiga y desgaste físico/mental. ¿Podría decirse que es de las ramas del arte más ingratas?

-Totalmente. Mientras hacías la obra de Labruna, la miraba, pensaba cómo la iba a ver la gente terminada, le hablaba… me comunicaba con Labruna; buscaba todo el tiempo sacar cosas que me ayuden en la inspiración para seguir adelante.

-Para cierto sector, vincular el arte con algo tan irracionalmente pasional como el fútbol, debe generar prejuicios. Hacer las estatuas de Labruna y Gallardo te iba a dar mucha popularidad, pero también te iba a exponer a que se diga cualquier cosa de vos y tu trabajo. ¿Lo analizaste?

Yo no sabía en la que me estaba metiendo en ese momento, no me daba cuenta. Sabía que estaba acercando el arte al fútbol, pero no sabía cuál iba a ser la respuesta de la gente. En el fútbol y en River hay política, que a veces hizo que me traten para la mierda, pero si te enojás, te enfermás, lo tomo como que son obras que quedarán para la posteridad. En la obra de Labruna no sentí críticas, fue muy bien recibida, fue algo más tranquilo, en la inauguración no había tanta gente. Gallardo, al ser tan actual, cobró otra envergadura. Estaba trabajando en un taller en la ex ESMA en una escultura de Juana Azurduy, siendo la asistente principal del escultor. La obra ya estaba en su tramo final, y ahí fue cuando apareció Carlos Trillo comentando que quería hacer una escultura de Ángel Labruna. Yo no tenía ni idea quién era Labruna, empecé a estudiar e indagar mucho. Hoy soy una fanática de River. Fue un proyecto muy difícil. En un principio la idea era hacer una estatua común de dos metros, pero se donaron tantas llaves que se apuntó a una mucho más grande. Fue un laburo muy a pulmón, cuando ya tenía la estatua en yeso, en la parte de la fundición se quedaron sin presupuesto. Tuve que poner mucho de mí para poder terminar la escultura, porque luego de haber hecho tanto sacrificio, no quería que el proyecto se hundiese. Quedé en bancarrota luego de esa obra, ni los viáticos cubría, a veces ni comía para no gastar plata y poder concluirla. En ese momento era mucho más ingenua y no conocía ciertas cosas que hay detrás de un proyecto semejante. No me sentí muy valorada ni remunerada, pero mi gran motivación era ser el artífice de una obra tan histórica que iba a quedar para siempre. Durante la obra de Gallardo había días que me quedaba a dormir en el taller, sentía muchísima presión del afuera. Lo único que verdaderamente me ayudaba era escucharlo al propio Marcelo cuando daba las conferencias de prensa. Escucharlo hablar y verlo actuar me transmitía muchísimo y se convirtió en un referente espiritual para mí. Hoy estoy con la palanca de cambio al toque, solo acepto trabajos si hay una claridad económica y seriedad profesional de las otras personas para encarar y terminar el proyecto. Ya no me dejo llevar solo por la emoción y la locura creativa del artista. Hay que aprender de toda experiencia, y así hasta el fin del mundo.

Tener genialidad en este mundo de tanta mediocridad y linealidad, no es gratis. Aquel que sale de los moldes, que cuestiona, siendo disruptivo y psicodélico, con gran capacidad creativa, avasallando contra el statu quo; se convierte, a ojo del resto, en un hereje. Poseer un gran talento, una profunda sensibilidad, sentidos sutilmente desarrollados, parece resultar casi que un pecado. Toda alma libre y plena, curiosa e inquieta, se convierte en una amenaza para un sistema perverso como el que impera. En un artista (lo que realmente se llama artista) hay mucho de soledad, cierta marginalidad social e incomprensión.

 -¿Te pasa? En cierto punto, ¿te aburre la gente?  

-No sé si la gente es aburrida, pasa que solo piensan en la guita. No te digo que a mí no me guste, obvio que sí, pero no me moviliza el ir a comprar cosas o gastar por gastar. Tengo un celular viejísimo y mientras ande no necesito otro. Es algo que me pasa de chica. La gente se deja llevar por lo mediático, por lo que le venden que tiene que tener para ser ´feliz´, se busca lo marketinero e inmediato. Es lo opuesto a aquel que es creativo, en el proceso creativo si te ponés una presión de que tiene que salir en tal tiempo rápido, es una bomba atómica. Para crear hay que estar desconectado de toda esa información y orden que te mandan desde afuera de los parámetros del mundo actual. Me muevo con bastante soledad, porque necesito pensar en mis cosas, mis proyectos, con mi cuadernito de bocetos y no estar pendiente de lo que opina el resto. Uno busca a veces el aislamiento, que puede terminar siendo negativo porque necesitás salir al exterior para no volverte loco, volver a conectar con las cosas cotidianas como hacerte la comida, lavarte la ropa, cuentas que pagar. Pero sí que las ideas vienen y se van, quizá te despertás a las tres de la mañana con una idea, me levanto y la dibujo en un cuaderno. Si una está loca hay que tratar de que no se note, a ver si después no te quieren pagar. La vida del artista es una dualidad. Si vos laburás y no ves un mango, no es así tampoco, por más que estés haciendo una obra de arte. Ser artista es un oficio y tenés que defenderlo como cualquier trabajo.

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